12 diciembre 2012

¿Hacemos un libro de relatos (ebook)?

Hola Lectores y Autores,
Aprovechando la entrada del año 2013 os propongo una idea.
¿Qué os parece seleccionar unos cuantos relatos para crear un libro digital (ebook)?

Debería cumplir los siguientes requisitos:
  • Ser gratuito (no quiero llevarme ningún beneficio a vuestra cuenta)
  • Ser de libre distribución.
  • Proporcionar diferentes formatos, principalmente pdf pero también los formatos de los e-readers (mobi, epub).
  • Estar correctamente escrito, con puntuación y gramática.
  • Haber sido publicado en este Blog.
Para ello deberíamos seleccionar (quizás por votación) una serie de relatos mínimos (aprox. unos 20).

Como fecha tope propongo Febrero de 2013.

Podéis dejar vuestros votos en los comentarios de este mismo escrito o por el canal de Twitter  https://twitter.com/RelatoCortoBLog con el hashtag #relatosdigitales

Saludos y espero vuestros votos y comentarios!

Nos leemos.

28 noviembre 2012

"MAGDALENA" de ANTONIO RODRIGUEZ PLAZA

"MAGDALENA" de Antonio Rodríguez Plaza


Divisó los pináculos de la catedral, arropada entre las sombras de la noche.

En cada esquina un farol macilento le ayudaba a serpentear por entre las casas enjalbegadas
de blanco. Ahora difuminadas por el ocaso, se desdibujaban fundiéndose con un cielo de
estrellas.

Había recorrido aquella calle adoquinada, miles de veces.

Siempre lo había hecho por en medio, de día, con un público expectante, con la eterna ropa
de su eterna vida, siempre igual. Ahora esquivaba la luz para pasar desapercibida.

Siempre con el escapulario de la Virgen del Carmen, la mantilla hasta la cintura, la peineta, las
ropas negras no muy ajustadas, la mirada hacia el frente.

Siempre bajo un retumbar de tambores en Semana Santa, de lamentos y oraciones en los
Vía Crucis, de letanías inconexas en las procesiones del santo correspondiente, de lloros en
los entierros de lujo y siempre recitando de memoria con exasperante repetición Salves,
Ángelus, rosarios y novenas.

Los eternos consejos familiares sobre su posición social, sobre los pecados de la carne. La
formación religiosa perenne por pertenecer a una clase diferente, altiva, dueña de una
casta insuperable. Las altas tapias de la casa blasonada como parapeto a las calles donde
acechaban los vicios más perniciosos.

El huir de los hombres, de las tabernas donde se fraguan historias de pasiones, donde el
pueblo se desea y se ama en el griterío de los tablaos o en el silencio de lugares más
apartados.

Ella era diferente desde pequeña. Estaba destinada a otra cosa. Pero no lo soportaba más. Y
un día, en el claroscuro de la Catedral, sentada en su eterno y privilegiado banco lo vio a través
del velo, como si fuera una sombra grisácea.

Obvió por unos segundos los cánticos de aquel Misterio Gozoso, manido, que asustaba a las
palomas en las bóvedas del altar mayor y concentrando en él una tímida mirada apretó el
escapulario de la Virgen del Carmen tratando de controlar un corazón que se le desbocaba.

No perdió el recato, pero con un sudor incontrolable, se levantó a los pocos instantes, miró
con un cierto descaro a aquel hombre y sin torcerse un centímetro de una supuesta línea recta
salió de la Seo.

Cuando el ruido de aquellos acompasados tacones dejaron al eco perdiéndose en la altura de
las crucerías, en el pórtico, Adela recibió el soplo de un viento fresco.

Pasó dos noches en el duermevela de una excitación que le traía sueños nuevos, imposibles:
Resbalar de cuerpos sudorosos, besos que dejan marcas en la piel, sabores inescrutables,
promesas, brazos que la inmovilizaban, frases violentas, respiraciones entrecortadas ,posturas

increíbles ,sentir, vivir…amar.

Al ocaso del tercer día y bajo una supuesta cita, Magdalena ascendió el camino de la
Catedral. Disponía como privilegio, la llave de una pequeña puerta por donde a horas en que
la principal permanecía cerrada, entraba con otras de su ralea para encender velas, cambiar
flores, rezar por algún difunto o sencillamente reflexionar sobre su existencia desgraciada.

Un diablo incrustado en una ménsula del pórtico llamó su atención. Siempre esquivó la mirada
de aquella figura maldita, pero ahora la sonrió levemente bajo la protección de la oscuridad.

Entró en la nave.

Sus pasos resonaban lúgubres en aquel tabernáculo de piedra dormida. A la luz temblorosa
de las velas, los altares acentuaban la palidez de los santos, de las vírgenes y querubines .Sus
ojos de vidrio parecían seguirla con el reflejo de las llamas de cera. Un murciélago trazaba
arabescos silenciosos sobre el altar mayor.

Él estaba en el mismo sitio, en la misma postura, como le recordaba.

Corrió imparable a su encuentro, atronando las bóvedas en su carrera.

Se abrazó al cuello apretándolo contra el pecho. Le besaba la boca con los brazos extendidos,
buscando sus manos, gimiendo. Gritaba ¡! Silencio!!” mientras de manera brusca se
desnudaba.

Pasó la lengua por la herida del costado, apretó el pubis contra sus caderas. Agarrada a los
clavos le lamió con desesperación las heridas de la cara, se deslizó sinuosa hasta sus piernas
mordiendo cada centímetro de piel y en aquella locura sensual clavó las uñas en la tela
de arcilla que le cubría las ingles, en un vano intento de separarlas. Exploró cada rincón de
aquel cuerpo herido, con las manos, con la boca, con todos los sentidos, mientras la figura
torturada permanecía impasible. Consiguió el clímax a horcajadas sobre el pecho, con las
manos tapando la cara del Crucificado. Un largo gemido se perdió hacia las cúpulas de la nave.

Luego llorando observó aquel rostro perfecto, hermoso, hendido por las espinas, con un rictus
de dolor y muerte en los labios, las mejillas flácidas, los ojos inexpresivos medios cerrados,
brillantes, los surcos morados de los latigazos, la sangre coagulada de la nariz.

Las lágrimas de Magdalena resbalaban por las costillas cárdenas de la figura formando un
hilillo. Caían lentamente en la tabla donde además del Cristo reposaban las gubias, los
cinceles y otros instrumentos del restaurador.

Enarboló una maza y empezó a golpear la faz del Nazareno. Los lloros se mezclaban con la
rabia puesta en cada impacto. Cuando el rostro había desaparecido en forma de escombros
que volaban en todas direcciones, Adela lo miró con expresión demente.

En medio de un silencio sepulcral solo las palomas continuaban un vuelo asustado en las
alturas.

“!!Nunca dejaré que te vuelvan a subir en la Cruz!!”. ¡! Te romperé cien mil veces, para
tenerte tendido siempre a mi lado!!


Relato enviado por Antonio Rodríguez Plaza
 Gracias Antonio por enviar tu relato ;)

18 noviembre 2012

"Pensamiento lateral, huida o tírate por el puente" de Andrés Díaz Nepomuceno


"Pensamiento lateral, huida o tírate por el puente" de Andrés Díaz Nepomuceno

La estúpida manía de Javier, mal llamada, a la vez que negada, costumbre inevitable de  su ser, iba a acabar con mi paciencia y con mi cordura a la vez.
Mil veces le pregunte al respecto y mil veces lo negó. Pero era demasiado obvio, no  quedaba otra explicación. Los más que evidentes signos de humedad, la pérdida de su  característico olor.

Demasiado tiempo tardé, es cierto, pero eso es parte de mi personalidad y de la de  todos por lo que he podido observar. El descuido al que sometemos nuestros objetos mas preciados cargados de recuerdos, cosas que almacenamos e incluso consideramos piezas del puzle que nos permite entender o explicar nuestra personalidad, terminan  guardadas en una caja debajo de la cama, en el armario donde guardamos la escoba y la fregona o de adorno en una estantería a la que rara vez quitamos el polvo.

Pero así soy yo, o así somos casi todos por lo que he podido observar; nos apegamos a
los objetos que amamos, relojes, utensilios de cocina, posters, camisetas, discos de vinilo, cedés, cintas de casete, revistas que te juraste leer algún día, un diario apenas empezado, fotos de amigos, fotos de novias, fotos con algún cantante al que admirabas y que al conocer no te cayó bien ni tu a el, unos pantalones vaqueros que jamás te podrás volver a poner, libros que influyeron mas en tu vida de lo que te hubiera gustado; para tarde o temprano condenarlos a un olvido a veces obligado a veces necesitado.

Mi madre siempre me lo dijo; eres como tu padre, demasiado confiado.
¿Como te crees que viniste tú al mundo? << No pasa nada, no pasa nada que cuando eso me aparto>>.

Tardé 19 años en entender esa frase que ella me decía sin sonrojo ni reparo. Pero ya se sabe, las madres te conocen mejor que nadie. Y esta madre, la mía, no nació para equivocarse. Yo si. No se cuantas veces me he equivocado ni cuantas veces me equivocaré.

La primera vez que advertí signos de inequívoco deterioro seguramente era ya demasiado tarde pero ni el tiempo ni yo hemos sido nunca compadres ni he encontrado en mi vida un perro que no me ladre. Otras tareas inmediatas, que no importantes me reclamaban: tender una lavadora, ir al supermercado, terminar un trabajo de pensamiento creativo, atender la desangelada llamada de un amigo y llevármelo de copas, des tender una resaca, no encontrar que me apetezca de la nevera, no saber donde guardé en el ordenador el trabajo de pensamiento creativo y como no, colgar mis alas y llamar a algún amigo para compartir con alguien mis penas.

Eso, sumado a la arbitrariedad de mi jefe a la hora de cambiar turnos según su inmediata conveniencia o mejor dicho, a la conveniencia de su cuñada, a la que relevo o me releva en la garita del parking subterráneo donde trabajo, agotaron mis minutos y horas y relegaron mi atención a cosas como ya he dicho mas urgentes pero no mas importantes.

Casi una semana después desperté en mitad de la noche empapado en sudor frío por un súbito recuerdo que hizo que incluso me incorporara en la cama. ¡No podía ser verdad! Pero lo era. Los signos de deterioro ahora no solo eran evidentes sino que se habían agravado y yo no había hecho absolutamente nada por evitarlo. Un sinfín de maldiciones zarparon de mi cabeza para encallar en mi seca garganta antes de llegar a mi lengua. Tenía sed, mucha sed. Necesitaba agua, beber mucha agua.

Por suerte el agua todo lo calma y entre la que bebí y la que mojo mi nuca conseguí refrescar y apaciguar mi enfado con mi perra suerte, con la inutilidad del tiempo y sobre todo conmigo mismo.

Una vez conformado con la situación, puse mi mente analista en busca de un motivo y por supuesto una solución; busqué y rebusqué manchas de humedad por el techo y la pared, encendí el aire acondicionado para comprobar de que manera le había podido afectar, recordé donde incidían los rayos de sol a lo largo del día, busque restos de insectos, e indague por internet sin encontrar satisfactoria explicación.

El destrozo estaba hecho, busqué mi favorito y lo guarde en la botella que había calmado mi furia y mi sed una vez seca. La tape y la escondí debajo del sofá donde no limpiábamos jamás.

Como ya he contado, pregunte una y mil veces a mi compañero de piso Javier. Éste dijo ni siquiera conocer el objeto de mi desazón: << ni siquiera sabía que te gustaban esas cosas>>. Mis sospechas sobre él se agravaron hasta convertirse en paranoia ya que cada vez que sacaba el tema y compartía con él la intriga que enturbiaba mi alma se reía estúpidamente y cambiaba de tema sin muleta siquiera.

La convivencia empezó a ser áspera y dura. Ya no quedábamos para ver el futbol.
Automáticamente dejamos de ir juntos al cine. El signo inequívoco de que nuestra amistad había acabado empezó cuando comenzamos a pegar notas en el frigorífico para comunicarnos. Yo por mi parte deambulaba entre pensamientos opuestos; su culpabilidad o mi paranoia. Me sentí como un recién divorciado que ante la falta de medios económicos se veía obligado a convivir con la que hasta hace poco fue su mujer y aún se preguntaba si ella le fue infiel o si la culpa fue solo suya.

Entretanto seguí observando el lento pero imparable deterioro sin poder hallar solución.
Mañanas, tardes y noches pasé sentado con la botella en la mano viendo como su interior resistía el paso del tiempo y los demás se deterioraban a la par que mi salud y mi vida social.

Deje de quedar con amigos para salir, malogre tiempo delante de los libros sin poderme concentrar, las horas en el trabajo se me hacían cansadas, interminables y extrañas deseando volver a casa para comprobar que la botella estaba a salvo y su interior intacto y por el contrario y sin poder hallar solución, todo lo demás seguía su inevitable marcha vital como si de un organismo vivo se tratara y entre innumerables enfermedades estuviera llegando al cenit de su paso por este mundo.

Como es normal, ustedes pensaran: << ¿Por qué no lo guarda todo, por qué no cambia de casa? ¿Por qué no se olvida de todo y pasa página?>>.
Permítanme decirles que la obsesión, la curiosidad y la cabezonería tienen su propio gen dentro de la cadena de ADN. Y por mucho que se empeñen, estas tres cualidades, que en mi particular caso pueden ser fatales, en otros casos han sido decisivas para el desarrollo tecnológico y social de la especie. Y estos tres condimentos especiales mas un cuarto que no puede ser otro que la suerte o la casualidad ayudaron a resolver el enigma que me desequilibraba.

El azar se alió conmigo un jueves por la mañana. Estaba a esa hora en el trabajo. Mi compañero salió de la garita con el dominical en la mano y fue como un destello, un resorte interno, un silencioso doloroso y escabroso Eureka. Le dije aguántate una hora que me voy y vuelvo.

En el trayecto en metro hasta mi casa mi mente padeció un blanco extremo, una claridad cegadora que limito todos mis demás sentidos; un silencio abismal.

Entré en casa con el máximo sigilo. Todo estaba en calma, al fondo como yo me esperaba, el murmullo de la radio se escuchaba dentro del cuarto de baño. Me acerqué y pegue la oreja a la puerta, Javier estaba dentro. Con inusual decisión intente en vano abrir la puerta; estaba cerrada. Cogí impulso y embestí contra ella una y otra vez hasta que conseguí abrirla.

El vapor me impidió en un principio ver, pero me golpeo de lleno el terrible olor a tabaco mezclado con gel de ducha y el inequívoco olor que deja alguien después de dar de vientre, entonces vi a Javier, liándose la toalla al torso de pie en la bañera, el cenicero con dos o tres colillas y abierto, sobre el bidé, mi tebeo de Superlópez “La gran superproducción”.

Salí del piso sin mediar palabra y me fui directamente al hospital a que me colocaran el hombro en su sitio. Después estuve el resto del día de papeleos con la mutua del seguro de mi trabajo, discutiendo con mi jefe y hablando por teléfono con mis amigos y mis padres.

Volví a casa a última hora de la tarde con el brazo en cabestrillo. Entre los calmantes que me habían dado para paliar el dolor y el ajetreo del día solo pensaba en irme a la cama.
No me sorprendió al entrar no encontrarme con Javier. Tampoco me sorprendió que no estuvieran sus cosas. Una nota de color amarillo estaba pegada en la pantalla del televisor: << No te puedes imaginar lo que a algunos nos puede llegar a costar cagar>>.

Dormí toda la noche abrazado a mi botella, con el contenido de ésta a salvo. El primer Superlópez que me compró mi padre el día que cumplí 12 años y que 4 años después conseguí que me firmara Jan : Superlópez y El supergrupo.


Relato enviado por Andrés Díaz Nepomuceno
Gracias Andrés por enviar tu relato ;)

13 noviembre 2012

"¿Tú y yo?¿Yo y tú?." de Sergio Castrelo

"¿Tú y yo?¿Yo y tú?." de Sergio Castrelo

Otka corría desesperadamente por el helado bosque invernal cubierto de una fina capa de resbaladiza nieve, la cual creaba un hermoso paisaje salpicado por los congelados arboles desvestidos y con mirar siniestro. 

Invadida por el frío Otka seguía corriendo en busca de su amado, Damon, el cual solo dejara una nota advirtiendo de su huida y posteriores represarías. Ella no lo podía permitir; estaba enamorada y ahora lo tenia mas claro que nunca. Amaba a Damon, daría su vida por el o moriría con el.


La pendiente comenzó a descender permitiendo ver un precioso prado nevado con un bulto negro desplomado sobre el suelo. Era el. 


Otka trotó desesperadamente hacia el en busca de repuestas ¿Que hacia allí tirado?¿Le pasaría algo?


Se arrodilló junto a el sobre la fría nieve y lo examinó. Su chaqueta estaba entreabierta y su camisa manchada de sangre, a igual que el suelo y sus frías manos. No era posible, se había suicidado... por ella. 

Otka rompió a llorar, las amargas lagrimas recorrían su rostro transformándose en finos diamantes. Tantas vivencias y secretos compartidos con el para llegar a este pétreo momento. Instantáneamente se le vino a la cabeza el momento en que ambos se conocieron. 

Sus miradas se cruzaran en medio de las ajetreadas mesas del Rock Rose, la radiante 
sonrisa de Damon cruzara las conversaciones y llegara directa mente a la ruborizada Otka la cual le devolvió una temblorosa respuesta. Un dulce e inesperado momento predecesor de su apasionada relación. 

La amarga desesperación inundó su corazón y no supo como sobre llevarlo. Solo encontró un remedio drástico pero eficaz. 


Ella viviría para siempre con su amado y para ello debía pagar un precio. 

Otka se recostó junto a Damon notando el penetrante frío de la nieve, se abrazó a el, lo besó finalmente lo amó como siempre lo había amado.


Relato enviado por Sergio Castrelo
 Gracias Sergio por enviar tu relato ;)

16 julio 2012

'Cielo Blanco' de La Valkiria

Cielo Blanco.


Lo tenía todo, todo lo que siempre deseo y más de lo que soñó. ¿Cómo lo obtuvo? Quizá solo por gracia divina, ¿se lo merecía? De ninguna manera.


Estaba caminando, trabajando, cenando, haciendo el amor, y en lo único que podía pensar era en ese tema, ese tema, ese tiempo, ese momento, ese olor, ese sabor.


Y cuando avanzaba por la vida, cuando caminaba con rumbo y sin rumbo, con un alma culposa, torturada por su doctrina, siempre anhelaba encontrarse con aquello que sabía con certeza que le daría al mismo tiempo una descarga de placer y dolor tremendo.


Sabía toda la teoría de memoria, sabía todas las consecuencias, sabía todos los efectos que producía este estado de sombría tristeza. Casualmente ya había compartido con alguien más el pensamiento que hay un tipo de tristeza que da placer, que uno anhela tenerla cerca, aun en esos momentos de la vida en los que el sol no podría brillar más fuerte, en los que el viento parece estar a favor, aun en esos momentos, se necesita de esa tristeza, que es como un ancla que nos recuerda que todavía nos hace falta algo y que es probable que nunca lo tengamos o peor aún, nunca más lo volveremos a tener.


No sé que duele más, el no haber conocido el placer o el haberlo tenido y que se fugara entre mis manos como agua, no me quedo más que el recuerdo del momento, y aun ese recuerdo tengo que guardarlo recelosamente pues cuando se asoma en mi mente mi rostro es inmediatamente transfigurado por la tristeza placentera y cualquiera puede adivinar que en ese momento estoy totalmente alejada de la realidad, sumida en ese recuerdo, atada a ese recuerdo, que me quema y me consume.




Relato enviado por La Valkiria  
Gracias Valkiria  por enviar tu relato ;)

19 marzo 2012

"como hermanos" de Jesús Cano


¿Qué es el odio? ¿Un enemigo del amor? ¿Cuál más poderoso?

En el pequeño pueblo fue un nacimiento sonado. Dos hermosos gemelos rebosantes
de salud. El primero alumbró con facilidad, como si ansiara llegar a este mundo. El
segundo se agarró a las entrañas de la madre hasta matarla... Algo que el padre no
perdonó jamás.

Al primero lo llamó Carlos, dedicó todo su tiempo y esfuerzo para darle felicidad. Las
mejores ropas, los halagos más dulces, los mejores colegios.

Al segundo lo llamo Pedro... Y asesino en privado. Lo vestía con harapos y le dedicaba
palizas e insultos a la menor oportunidad. Era fácil distinguirlos a pesar de ser idénticos;
El mal vestido y cabizbajo, aquel de expresión triste y amargada era Pedro. El de faz
resplandeciente, que dedicaba una sonrisa al aire en plena mañana, era Carlos. El
amado.

El padre dedicó toda su vida a odiar y amar sin prejuicio alguno ni disimulo. Los hijos,
cada cual con su destino establecido, alcanzaron la madurez a la par que su padre la
vejez.

Ya en su lecho de muerte, mandó llamar a su hijo Carlos.
- Dime, padre.

- Muy pronto abandonaré este mundo, y te quiero dejar todo aquello que he conseguido
en la vida.

- Padre. ¿No sería el momento de perdonar a Pedro?

- ¡Jamás! –Bramó.- si por algo me voy satisfecho, es por la vida que le he dado.

- Debo confesarte algo, padre; tanto mi hermano como yo hemos tenido tu amor y tu
odio.

-No te comprendo... Nunca le he demostrado la más mínima muestra de cariño.

- Nos cambiábamos la ropa... Nos hacíamos pasar el uno por el otro.

- ¡Maldito seas! Al menos tengo el consuelo de haberle amargado la mitad de su vida.

- Pero, padre... ¿A quién? Porque uno tuvo el cariño de su padre la mitad de su vida, y el
afecto y sacrificio de su hermano la otra mitad.

- ¿Quién de los dos eres tú? –Preguntó desconcertado.

-Un no de tus hijos. Uno que te quiere.

Y marchó sin mirar a tras.

Sospecho que el amor y el odio, se acercan más a un instinto que al sentimiento.



Relato enviado por Jesús Cano  
Gracias Jesús por enviar tu relato ;)

16 marzo 2012

'Nota de ébano sobre un mar de marfil' de Edna lópez


Treinta y seis negras… cincuenta y dos blancas… encerradas en su jaula de abeto… bajo la despiadada opresión de unas tensas cuerdas de acero. Acariciaron mis dedos el frío marfil. Se deslizaron por el refulgente ébano dando forma a mi canto de cisne. Y el padre Aurelio, como
tantas otras veces, suspiró y murmuró conmovido “¡qué extraordinario!…, ¡qué belleza!”
Después, los acordes armónicos quedaron sumidos en el rugido ensordecedor de un mar embravecido. Apareció la soledad, la incertidumbre y el miedo apenas disimulados por aquel sonido estridente que, al final, nos indultó a todos de quedar atrapados para siempre en su letal fosa marina de sueños truncados. Y llegó el momento que el padre Aurelio había vaticinado henchido de orgullo y de esperanza. Por fin estábamos en la playa y el rumor de las olas cantaba en nuestros oídos. Un hombre se acercó con una manta en la mano. Sonreía mientras me la colocaba sobre los hombros, pero cuando movió los labios sólo pude escuchar un ruido monocorde y constante. Ya entonces echaba de menos la precisión armónica del piano, las notas melodiosas que se escapaban de la vieja partitura de Chopin. Aunque me esforcé mucho, no pude entender el ruido que provenía de aquel hombre de mirada amable. No obstante, algo me sonaba curiosamente familiar. Treinta y seis negras… Cincuenta y dos blancas… Tan diferentes, pero tan necesarias para componer la armonía. Sí, treinta y seis negras y cincuenta y dos blancas. Como siempre.
Cuando mi padre murió yo tenía diez años. Mi familia se vio forzada a trasladarse a otra región para vivir de la agricultura. Entonces, en Awama aún no había agua corriente potable, ni carreteras, ni siquiera un doctor. Mi hermano y yo estudiamos un tiempo en la única escuela existente para convertirnos en hombres de provecho. A mí me gustaban las clases y pronto aprendí a leer y escribir. Mi hermano mayor, Yussef, sin embargo, nunca quiso aprender nada.
Sólo pensaba en huir de las desvencijadas aulas de la escuela, en escapar lo más lejos posible.
Solía decir que cuando llegase a España conseguiría un buen trabajo y podría ganar dinero para que mi madre no tuviera que trabajar vendiendo aceitunas. Al final del verano, el mismo día del segundo matrimonio de nuestra madre, Yussef cumplió su palabra, aunque más impelido por los acaloradas disputas que mantenía con nuestro nuevo padrastro que por su ánimo altruista de beneficiarnos. Mi madre lloró sin tregua su ausencia durante una semana entera.
Después abandonó su pena de inmediato y para siempre, sobre todo, porque nuestra miseria la reclamaba, pero también porque la frágil cadena que suponía nuestra nueva familia no la tenía más que a ella como eslabón fuerte. Dos nuevos hermanos mayores que yo entraron en nuestra casa y el primero de ellos no tardó en usurpar el lugar del primogénito evadido, sin que nadie pensara siquiera en decir una palabra. En el naciente puzle de mi vida, yo ya no sabía en qué lugar encajaba.
Luego, me las arreglé para que uno de los desamparados chicos del puerto de Tánger me confirmara lo que yo ya sospechaba: Yussef había cruzado el Estrecho oculto en los bajos de un camión aquel mismo mes de septiembre. No supimos nada de él hasta casi medio año más tarde, cuando nos envió algo de dinero desde Barcelona. Su antiguo amigo del escuadrón de los relegados me dijo que el éxito de la huida de mi hermano había sido toda una proeza.
Aquella noche, la policía, suspicaz ante la inminencia de las fiestas populares, vigilaba con más recelo que de costumbre, inspeccionando hasta el más recóndito resquicio de los camiones.
Como una macabra advertencia de que sólo sin vida podrían cruzar a la otra orilla, los guardias habían utilizado máquinas especiales para detectar los latidos del corazón y sólo los de Yussef se les habían pasado desapercibidos. Aquel muchacho infeliz me relató orgullosamente estoshechos, pero yo hubiese preferido que no me hubiera dado tal exactitud de detalles. Desde entonces, represento en mi mente el endeble cuerpo de mi hermano grotescamente retorcido entre los amasijos de hierro de las atracciones de los feriantes. Mi imaginación da forma a su angustia y es como si pudiese verle, con la respiración atenazada por el miedo, rogando para que los delatores latidos de su corazón no frustrasen su fuga. Muchas noches sueño con esto y al despertar me parece escuchar el sonido leve de un insistente metrónomo muy lejano que repite mi nombre en busca de auxilio, como un eco distante que susurra en la oscuridad de la noche.
A mi madre no le entusiasmaba la idea de que yo pasara entonces tanto tiempo con aquél que yo le había definido como un “hombre santo”, pero que inexplicablemente no era musulmán ni parecía profesar fe alguna. El padre Aurelio había pertenecido a la orden de los franciscanos
muchos años atrás, hasta que un desacuerdo de opinión le había llevado primero al exilio y más tarde a la expulsión definitiva. Parecía que esto último a él le había resultado intrascendente porque siguió viviendo en la casa de la orden y vistiendo los hábitos más de
treinta años después de que se hubiese decretado su despido. Probablemente, este factor temporal, unido al hecho de que estuviera siempre allí para ayudar a quienes lo necesitaran en la medida de sus exiguas posibilidades, había conseguido que fuese tolerado por todos.
A mí me rescató de mi confusión tras la marcha de Yussef a través del sonido del piano, el más exótico artefacto existente en aquella paupérrima comunidad improvisada. Él me enseñó a leer las partituras, a extraer de cada nota una efímera belleza. Fue el padre Aurelio el que me animó a emprender el viaje a Europa para pulir mi talento innato. Con esta idea y no otra, me decidí al cumplir los trece años a cruzar los catorce kilómetros y cuatrocientos metros que me separaban de mis sueños. El día de mi partida, hacinado con otros catorce chicos en una barca de remos que un día fuera de juguete, sólo pensaba en el irreparable daño que el agua debía estar causando en mis “mariposas blancas”. Aquella partitura de Mustafa Aich Rahmani no sólo era el regalo de despedida de mi mentor, sino también mi única pertenencia valiosa en el mundo, mi malogrado tesoro víctima de un mar ingrato. Si mi madre hubiera tenido idea entonces de que aquel “hombre santo” me enviaba a cruzar el Estrecho en un bote de juguete con unos papeles inútiles como único equipaje, hubiera confirmado sus peores temores acerca de que aquel viejo desequilibrado no tardaría en suponer mi ruina.
Miro mis pies desnudos sobre la arena de la playa y no puedo creer que al final lo haya conseguido. El hombre de mirada amable continúa emitiendo su ruido monótono mientras me sonríe, sin importarle que yo no pueda entender ni una palabra. Paso muchos días en España tratando de encontrar la armonía que se me pierde en aquella lengua extraña. Tras meses de arduo trabajo, finalmente logro captar parte de la coherencia del ruido, pero la melodía me sigue pareciendo discordante. De hecho, todas las melodías que escucho en la Residencia Infantil me resultan ajenas. Añoro a mi familia y a la inquebrantable seguridad del padre Aurelio. Hago un esfuerzo por sonreír, a pesar de que el mundo se me quiebre por dentro, tan sólo porque sé que los adultos hablan de mí, que dicen que sufro “un trastorno”. Pienso en mi angustioso viaje, en todo el sufrimiento y en el miedo que pasé para estar aquí y ser como ellos. No quiero que me consideren uno de “los otros”, así que trato de adivinar qué es lo que quieren, qué es lo que esperan de mí. Es difícil precisar si ellos mismos lo tienen claro. Paraellos siempre estoy demasiado triste o demasiado alege, demasiado entusiasta o demasiado apático.
Un día cualquiera, sin que nadie me hubiese dicho ni una palabra, una de las educadoras me acompaña a un hospital y me deja allí solo. Las lágrimas se agolpan en mi garganta cuando el médico aparece y me dirige una sonrisa. “Sé que la sonrisa es falsa”, le digo mirándole a los ojos melancólicamente. “¿Por qué dices eso?”, me pregunta el médico en su tono más conciliador. “Es como la que yo represento para ellos”. Sorprendido in fraganti por la sinceridad de mis palabras, no tiene nada que responder a este comentario. Me receta drogas que me mantienen en un estado de aletargamiento durante casi todo el día. En aquel lugar frío, solo y confuso, sueño que paso la tarde en Tánger y duermo en España. Tarareo “Los murmullos del Sena” y tamborileo con los dedos en la mesilla de noche. A veces veo flotar en el aire una nota azul, pero sé que la música se ha marchado muy lejos y me cuesta recordar los acordes. Es posible que de mi situación esto sea lo que más me entristece.
Aunque añoro mucho el sonido del piano, las drogas parecen haberlo enmudecido. El día que me permiten salir a la calle, huyo del hospital corriendo hasta que me abrasa el calor en las piernas y un dolor intenso me oprime el pecho. Molto agitato. Es una noche gélida en la que la luna me sonríe de medio lado desde un cielo azabache sin estrellas. Presto con fuoco. Miro hacia atrás. Nadie me sigue. Sostenuto. No sé qué hacer ni a dónde dirigirme.
En la madrugada del tercer día, dos policías me encuentran hurgando en la basura como una rata. No sé si me están rescatando o deteniendo, ni siquiera sé a dónde nos dirigimos hasta que me encuentro a las puertas de lo que parece ser un centro de acogida. A pesar de que guardo ciertas reticencias al respecto de mi nuevo destino, mientras espero sentado en una sala vislumbro en una habitación cercana la silueta de un inesperado viejo amigo. Sin duda es muy diferente, pero guarda un vago parecido con el del padre Aurelio. Por fin he llegado al lugar en el que podré recobrar la música, en el que podré hacer aquello para lo que he venido. Mis esperanzas se ensombrecen cuando escucho a dos educadoras hablando de mí como si yo no pudiese entenderlas. Apenas pueden pronunciar correctamente mi nombre, ni siquiera me han visto nunca antes, pero con unos papeles en la mano escritos por otros desconocidos ya están convencidas de que lo que yo preciso es un centro de salud mental. No sé si es terror o ira lo que late en mi cabeza. Sólo puedo pensar que no permitiré que amordacen a mi música de nuevo. Así que echo a correr en dirección al piano tirando al suelo todo lo que encuentro a mi paso. A mis espaldas escucho gritos que repiten “¡Una crisis, una crisis!”, mas nada me aparta de mi objetivo. Cierro la puerta por dentro y coloco una silla contra el pomo. Mis manos tiemblan cuando las dejo caer sobre el teclado. ¡Hace tanto tiempo…! De pronto, me siento de nuevo como en casa. Es siempre lo mismo: treinta y seis negras… cincuenta y dos blancas… Puede que esta vez sí que sea la última sonata. Una agria melancolía se desliza por mi garganta y debo esforzarme para contener las lágrimas. Con persistente sutileza dejo correr las notas de la “Tristesse”. Las escalas fluyen de mis dedos como un mar acogedor, no como aquel hostil oleaje que me trajo hasta estas costas. Me parece como si una turba de sombrías miradas me observara desde el poniente, como si los acordes del piano diesen voz a sus súplicas. Hace rato que los otros han conseguido abatir mis fútiles barreras de estanterías, sillas y lámparas. Siento el eco de sus atónitas respiraciones en mi espalda. No sé por qué, perome dejan terminar hasta el último acorde de la pieza. Cuando me giro para enfrentarme a sus gestos severos, percibo en sus ojos un matiz de encandilada incomprensión que me resulta inesperada. ¿Puede ser acaso esta nota de esperanza la que me había resultado tan esquiva? Tanto tiempo vagando por este mar de marfil sin encontrar la melodía… y puede que sólo necesitáramos un diapasón para sincronizar nuestras afinaciones.



Relato enviado por Edna López 
 Gracias Edna por enviar tu relato ;)
Relato galardonado con el Premio Especial de Integración
de la Ciudad de Tudela 2011
Blog de la autora: www.ednalopez.es
Blog de relatos de la autora: www.aintervalos.com


Hola, hemos habilitado el canal de Twitter de Relatos Cortos (o no) para difundir vuestros relatos.
Os animo a seguirlo!


https://twitter.com/#!/RelatoCortoBLog

Nos leemos. ;)

06 marzo 2012

Preparando un concurso de relatos cortos o no...

Hola creadores de Relatos Cortos o no...!
Estoy haciendo los preparativos para organizar un concurso de relatos cortos temáticos con premio.
De momento os dejo la noticia para que le deis vueltas y más adelante ya iré soltando un poco más de información.
Muchas gracias por leernos.
;)

05 marzo 2012

'Humo de despedida' de Saine de Beauvoir



Y de repente, abrí los ojos y allí estabas tú. Envuelto en sombras, apenas podía adivinar el trazo
de tu contorno, pero veía tus bordes y hasta creía escuchar el sonido de tu voz. Al poco acabé
volando por el cielo de tu boca, jugándome la vida, robándote los gramos de oxígeno de tu piel
por cada rincón oscuro. Y te seguí, persiguiendo tú luz en la noche, perdiéndote entre mis manos
en la madrugada y comiéndonos al alba en mi cama. Te llevo en mi cabeza, como el que lleva
un sombrero, te devolví a los bolsos de los que te arranqué y me respondiste mordiendo cada
uno de mis sentidos.
Sin apenas darnos cuenta, convertimos en rutina el desayunarnos cada día al amanecer junto a
un café, aderezándolo con un par de melodías y algunos pedazos de sueños indomables.
Dibujando una sonrisa con los dedos en las esquinas de cada bar, en la espuma de la cerveza o
en el humo de cada noche en mi sofá, trasnochando entre palabras solitarias. Nos hemos
regalado momentos con fecha de caducidad, olvidando la caída inevitable de los días en el reloj
de mi vida, intentando secuestrar cada segundo.
Quizás fue el destino, la casualidad o el caprichoso deseo de probarte lo que nos hizo
encontrarnos y que me atraparas, o más bien, fueron tus aditivos. Sin apenas poder evitar la
fuerza gravitatoria que me arrastraba a tus labios, te he llevado directamente entre mis dedos en
infinidad de ocasiones… mi lengua en tu boca y tu aire recorriendo mis pulmones… y que tenía
tu veneno me pregunto, que me quita la vida pero me hace viajar entre botellas de alcohol,
varias chustas de polen y besos furtivos en cualquier banco en el que nos hemos encontrado.
A pesar de saber que aquello acabaría mal, me adentré de lleno, sin temor a por dónde saliera el
sol mañana, porque tal vez no salga, los reyes son así de caprichosos. Aprendí a través de
impulsos eléctricos a saborear unos cuantos minutos de tu voz varias veces al día, sin olvidar un
par de mensajes antes de dormir. Recuerdo aquella ocasión en que te quedaste dormido sobre mi
pecho, todavía tengo la marca, tu mirada es de fuego. Recuerdo cada vez que hemos hablado de
la dulce locura en la que nos habíamos embarcado, el sabor de tus labios, mitad arábico, y la
pasión de tu cuerpo, mitad occidental. Sin embargo, si te soy sincera, algunas noches desprecio
tu aroma en mis sábanas y los despertares contigo a mi lado. Te extingues cuando tu luz alumbra
más que nunca, abrasando mi alma en ella…
Ensangrentados mis ojos se quedaron después de las ostias que nos dimos en nuestra última
despedida. Aquel día estuve escondida, entre el humo de la noche y de los besos deambulantes,
flotando entre ríos de sudor y sal con algunos restos todavía de alcohol; todo quedó en un
silencio carnal, solo roto por el ruido de un par de coches circulando cerca de la plaza. Dejamos
esparcidas por las calles gramos de pasión y bajo cenizas quedaron millones de preguntas sin
responder, buscando tan solo la claudicación de  mis deseos junto a ti a los pies de mi cama.
Ayer te dejé olvidado en mi mesita de noche, no te marches, solo quiero encenderte y mostrarte
la luz de la luna de algunas madrugadas. Voy a hacerte temblar como si fuera la primera vez,
como si fuera a largarme y tú no quisieras, bañando todo con los sabores escondidos en los
rincones de tu piel.
El lunes te pedí que me agarraras fuerte la mano porque necesitaba aire en el pulmón de la
tranquilidad de tus labios. El tiempo durante unos minutos se detuvo para esos dos desconocidos
tan familiares sentados en mi cuarto, pero te acabaste ante mi. Ayer todavía cerraba los ojos e
intentaba dibujar en el aire tu silueta con mis manos, intentaba recordar el veneno que me has
dado y el volver a perder mis dedos buscando sueños en el infierno de tu cuerpo. Echo tanto de
menos
nuestras noches bañadas de acordes que empezaban al alba y no acababan
hasta bien entrada la noche. Antes nos adentrábamos sin rumbo en el mundo
que fabricábamos cada amanecer solo para nosotros.  Olvidarte? lo intento, pero es tan difícil …Has aparecido con alevosía en tantas de mis madrugadas, sin faltar a ninguna cita si yo te
solicitaba. Excepto aquella ocasión en la que tuve que ir a buscarte a horas intempestivas a la
gasolinera, escapándote ágilmente del lugar más oscuro, apareciendo como una luz entre la
bruma espesa que humeaba. Te había dibujado una vida, trazado preocupaciones y pintado
esperanzas; sabía a qué te dedicabas, cómo te gustaba pasar las tardes muertas de domingo y las
vivas noches de los viernes. Conocía el color que maquillaba tus días, el libro que alimentaba
gran cantidad de sueños errantes y la música que danzaba en tus oídos. No había ningún detalle
que me fuera oculto.
Hoy estoy sola en mi cama buscando un hueco libre donde perderme en mis pensamientos. Odio
cerrar los ojos y verte, como si algún poeta desdichado te hubiera colocado ahí en ese instante
premeditadamente, en ese preciso lugar para que yo te viera. Odio seguir perdiéndome en tu
aroma cuando lo descubro por la calle en manos de una desconocida, mirándome fijamente
apenas a un par de metros de mí, mostrándome la vida escondida en el fondo de sus pupilas.
Odio el enorme vacío que dejó tu cuerpo en mi cama y el aire puro de tu ausencia en mi
habitación cuando no estás entre mis sabanas.
Estas líneas nacen como disculpa o tal vez como despedida por enrredarme en el lío de otro,
entiéndeme, tu hogar tradicional por culpa de “los de arriba” ya no es asequible para alguien
como yo, o más bien, para alguien de pocas monedas en el bolsillo. Aún y así espero dejarte
para siempre a ti y a todas tus variantes algún día, por el momento seguiré encendiéndote
cuando me apetezcas y apagándote antes de entrar en las cafeterías, restaurantes, zonas
hospitalarias o escolares. Siempre nos quedará mi cama, o quizá no


Relato enviado por  Saine de Beauvoir
 Gracias Saine por enviar tu relato ;)

29 febrero 2012

'Tinieblas' de Jose Miguel Ros

Las tinieblas no aparecen al cerrar mis ojos, aparecen al mirar en mi interior.
Cuanto más quiero ver la verdad, cuanto más desnudo mi alma hasta dejarla únicamente con una finísima envoltura de melancolía, mas negro se vuelve todo.
Cuando las cosas no van bien, estas solo y a oscuras, la sociedad que guiaba tu vida, tus relaciones, incluso tu forma de pensar, te da la espalda, pobre del que busque consuelo en la sociedad, nunca mas guiará tu vida, pero si la criticará, la humillará, y sancionará . Ese faro guía, se rompió.
Familia, apoyo perdido de otra época, reducida al más puro nucleo familiar y un monton de desconocidos o almas malditas, en pena, que solo pisan el mundo en navidad, alguna boda o comunión y cumpleaños de los más ancianos. Ancianos que si conocieron el significado de “familia”, ancianos que se aferran a la vida con una ilusión, ver un año mas el espejismo familiar.  Esa vieja vela, se consumió.
Mientras que el núcleo, trabajadoroes que bastante tienen con lo suyo, te ayudan, te ayudan con ropa, comida, se sacrifican por tu salud te ayudan en lo material, pero no dan luz, ni pueden limpiarte de melancolía, ni  puedes contarle lo miserable que te sientes, pero te ayudan, pero cada ayuda, cada sacrificio es también una losa sobre tus espaldas, es sentirte más miserable,  es cargar tu conciencia, comprendes que ya eres adulto, pero también un bebe inútil que jamás podrá devolver ni compensar a esas personas que te dieron la vida, así esa ayuda tan necesaria para sobrevivir, es a la vez oscuridad en tu corazón. La intención es la mejor, pero la manta que abriga, no deja pasar la luz.
Amistades, conocidos y compañeros, tan diferentes como los días, tan volubles como el mar, los amigos son calma y batalla, los amigos son mucho, y nada. Pero, aún diferenciando a los compañeros de copas de los amigos de verdad, ja! Asta que dejen de serlo, ninguno brilla a la mañana siguiente, ninguno impide que yo escriba esta carta de suicidio sentimental, nadie será amigo ni escuchará a quien habla por melancolía… esas estrellas brillantes, se esconden durante el dia.
El amor, precioso, sentimiento puro, sentimiento elevador del alma, fuente de fuerza, seguridad, poder, con el amor de tu parte te sientes capaz de todo, te eleva sobre las demás personas, te eleva sobre las casas, edificios, nubes, te acerca al sol, pero el amor tiene truco, la luz del sol quema, ciega, destruye, el amor… te eleva y eleva hasta que está seguro de que al soltarte te  destrozará para siempre, porque el amor apagará la ultima y tenue luz que te quedaba como guía para seguir. El amor apagará la esperanza.



Relato enviado por Jose Miguel Ros
Gracias Jose por enviar tu relato ;)

27 febrero 2012

'Ekaterina' de Tahis


EKATERINA

Sus ojos verdes penetraban inquietantes en los ojos de su marido buscando una explicación lógica a lo que acababa de ver.

Los ojos marrones de él buscaban causar compasión en ella.

Los ojos negros de la chica que estaba en la cama buscaban ocultar la risa que sus labios no podían disimular.

La mujer, la de ojos verdes, estaba en una habitación de paredes finas y llenas de grietas. Pintadas hace años y no vueltas a pintar jamás, esas paredes guardaban miles de historias: patadas de niños, manchas de alcohol en una esquina, firmas de chicas alrededor de las mesillas de noche y varios restos de pósters que fueron arrancados. La habitación pertenecía a un motel, el motel a donde van los hombres infieles a cometer adulterio, el motel de las indecencias.
  • ¡Corre! – gritó el marido a la chica que estaba en la cama.
  • ¡Tarde! – dijo la mujer de ojos verdes mientras apretaba el gatillo, dos veces.

Después del disparo, la mujer de ojos verdes corrió hasta su coche. Allí se sintió segura y a salvo. Dejó el arma sobre el asiento del copiloto y sonrió. La sonrisa se convirtió en risa y se desahogó así, riendo, de lo que había hecho: matar al hombre que la retuvo secuestrada dos años en su propia casa porque era un hombre celoso y posesivo, al hombre que la obligó a abortar porque no quería ser padre, al hombre que psicológicamente la había destrozado.

Arrancó el coche y condujo hasta un lugar apartado y se bajó. Allí se subió a otro coche, sabía que el regente del motel había pasado por situaciones parecidas y que la matrícula de su coche estaría en manos de la policía. Las situaciones parecidas habían sido ajustes de cuentas entre bandas callejeras y drogadictos que se matan por más droga. Ahora tenía otra, la de una mujer que se venga de su marido y de la amante de éste matándolos de un disparo, a ella en el pecho, a él en la cabeza.

En el nuevo coche condujo hasta llegar a la frontera con Rusia, puesto que ella vivía en Letonia desde que se casó. Allí cruzó a pie con una documentación falsa sin problemas. Lo había planeado todo, llevaba tiempo sabiendo cuáles serían los movimientos que ahora con precaución iba tomando. Le llevó muchas sesiones con un psicólogo y mucho dinero invertido en curarse de esa dependencia que sentía hacia su marido, pero finalmente se dio cuenta de lo que había hecho por él y de hasta donde había llegado: hasta abortar a su hijo.

Demasiado rencor que ahora se había convertido en alivio, sí, alivio porque él estaba muerto y no podía volver a hacerla sufrir. De nuevo sonrió con saberse libre. Mientras sonreía sentía la calle pasar bajo sus pies, inconsciente de lo rápido que caminaba, al ritmo de su corazón. Llegó al metro, no se acordaba de las líneas ni de cómo se cogía un metro, pero pidió ayuda y enseguida le supieron indicar. Varias horas más tarde llegó a su destino, San Petesburgo.
  • ¡Katia! – dijo una anciana desde la ventana por la que veía pasar el día – Hija mía, cuántos años.
  • Hola mamá. Deseaba verte.
  • ¿Cómo estás cariño?
  • Mejor que nunca.
  • ¿Y Dima?
  • Dima está muerto mamá.
  • ¿Qué?, lo siento cariño – dijo la anciana mientras pasaba una de sus arrugadas manos por la espalda de su hija y la conducía dentro de la casa.

Dentro Katia le contó a su madre que Dima, su marido infiel, había muerto de un infarto mientras practicaba fútbol. Mentir a su madre le resultó tremendamente doloroso, pero peor sería contarle el porqué hizo lo que hizo: años de maltrato psicológico, aborto del que hubiera sido su único nieto, infidelidades y un largo etcétera.

La dulce anciana sacó unas sábanas de su armario y se las dio a su hija para que preparara la habitación. La habitación tenía las paredes pintadas de rosa claro, había cuadros pintados por ella misma y fotos de ella y sus amigas pegadas en todas partes. Los muebles, de madera y con barniz oscuro, estaban igual que la última vez que los vio. Una cama con un colchón viejo en el cual si te sentabas con fuerza notabas los muelles. Un escritorio lleno de libros de literatura antigua y con pequeño flexo para leer en las noches, al lado la estantería con el resto de libros y algunas figuras completaban la única decoración de la habitación. El armario era antiguo, había sido de su bisabuela, pero lo conservaba igual y dentro su ropa de soltera que no pudo llevarse a Letonia.

Miles y miles de recuerdos le vinieron a la cabeza mientras se acostaba en su cama. Cerró sus ojos y no pudo dormirse por mucho que lo intentó, había sido un día lleno de emociones de todo tipo y volver a San Petesburgo superaba en emoción al asesinato doble que había cometido esa misma mañana.

Su madre, en cambio, durmió su última noche completamente en paz. Quizá, a pesar del dolor que sintió Katia al despertar y encontrar a su madre sin vida, fue lo mejor que pudo haberle pasado. Horas más tarde la policía totalmente equipada para matar entró en la casa y se la llevó detenida para ser juzgada en Letonia.


Relato enviado por Tahis
Gracias Tahis por enviar tu relato ;)

20 febrero 2012

'EL BERGANTÍN VARADO' de Antonio Rodríguez


La silueta de un   bergantín varado, rompe la raya de espuma que blanquea la  arena a lo largo de la costa. En el  claroscuro del atardecer un horizonte calmo le acaricia los costados. Es una figura fantasmal  y rechina levemente al embate de las olas.
Solo el viejo pecio escapa al paisaje de una playa casi infinita. Tiene el esternón partido por el mar. Como un cadáver boca arriba, las costillas negras de brea  perfilan  siluetas afiladas que cortan el rojo del ocaso. La proa  esta enterrada en la línea que separa el mundo del agua y el de las tierras solitarias.
A sus pies y casi en el aire, un timón de roble con herrumbrosos remaches repite un lamento incesante .Es la canción eterna que provocan las ondas de agua moviéndolo de derecha e izquierda, de izquierda a derecha..
Pasa el océano por las bodegas  despacio y acariciante. Tres ventanucos de cuadernas rotas filtran la luz hasta las entrañas y donde antes olía a pez y alquitrán ahora  solo  duermen  la espuma y el líquido   verde con  aroma  de  salitre.
Un cangrejo sube del agua y otro baja  por la cadena del ancla.
El palo de mesana rasga  al cielo como el brazo fino y seco de un cadáver. Arriba del todo taladra el éter, porque quiere juntarse con las primeras estrellas. Un poco mas abajo  de la punta, cimbrea un jirón de vela que baila  incesante una canción con el viento del Este. Si la ráfaga es un poco mayor, el trapo tirita ante su fuerza y cuando el aire  amansa se desploma exhausto rozando la madera  en busca de una caricia.
La langosta saca sus antenas por el sollado de popa bajo el agua.  El último rayo de sol  que refulge  le toca en la verde coraza. Rápida se retira  a su cueva de madera. No es la hora .Ya llegará  la negra noche para nadar despacio en el silencio de la arena sumergida.
La cubierta tiene el  círculo de un timón oxidado y restos del  fanal que antaño alumbró la espuma  rugiente vertida  por las tormentas. Un cabo suelto, deshilachado, lo azota,  y el responde con quejido metálico  ante la ofensa. De vez en cuando es capaz de retener  a la cuerda, que enrosca sus hilos  en la estructura de bronce. Los dos cantan a coro, uno silbante el fanal, otro ronco, el cabo.
Solo falta la figura de un capitán  fantasma, de gestos  cansados y mirada perdida gritando órdenes envejecidas por el ron. “¡!A sotavento!!”.Esqueletos de marineros con pañoletas rojas, mueven  el bergantín  por la noche. Salen por las escotas y se apresuran  con el aparejo dominando  las velas.
Sentado en las jarcias, un contramaestre de color azul juega al solitario con los dados. Su cuerpo, nebuloso como la bruma se difumina en la sombra y cuando gana, el cráneo amarillento ríe enseñándole un diente de oro a la luna.
Por un ojo de buey, las calaveras de  dos grumetes le hacen burlas  a las olas y si el mar les salpica  huyen  divertidos hacia las entrañas del buque. De repente el cuarto cañón de babor  retumba soltando una bala a las tinieblas. El fogonazo tiñe las velas  de blanco y con el resplandor toda la tripulación  empieza una vieja canción pirata. Tres viejos marinos  desdentados llevan el ritmo golpeando la borda con  sus manos de garfio.
En el castillo de popa un timonel de orbitas huecas mantiene el rumbo cantando y sueña que el barco se mueve rápido hacia el Cabo de  Hornos.
“!!Cazar la mayor!!”. “Tensar los obenques!!”. Todo oscila entre el crujir  de los palos. Arriba. Abajo. Retazos de mar y retazos de cielo estrellado. Arrecia el Levante y  el farol de bronce derrama en la noche una luz mortecina sobre las olas. Relatos de bucaneros escapan a la brisa con sórdido lamento. El barco rompe veloz  la negrura  creando nácar en el agua a golpes de quilla. Todo suave y  bronco. Todo tenso y todo suave.
Cuando la primera señal del sol define el horizonte, el  capitán ya duerme en un camarote recubierto de algas. Los marinos se escurren hacia el castillo de proa y  extienden sus jergones entre  caracolas.
El  bergantín  le  cuenta al viento  con voz de madera vieja  la singladura nocturna.
Una gaviota, expectante, lo   escucha  desde  el  cielo, parada  en los masteleros.


Relato enviado por Antonio Rodríguez
Gracias Antonio por enviar tu relato ;)

03 febrero 2012

'Carta de amor.' de Brenda 4tC

Carta de amor.
Me entristece que ya no recuerdes nada de mí. De lo que un día fuimos. 
Yo ya no puedo seguir con esto, tú no sientes nada ya. Pero yo sí, y no puedo soportar verte así…lo que más duro se me hace es levantarme cada mañana y pensar como era todo antes de que te diagnosticarán esta enfermedad. 


Me gustaría recordarte todos los momentos que hemos vivido aunque sé que cada mañana o apenas en pocas horas te habrás olvidado ya. Es recordar que ya nada volverá a ser lo mismo y eso me rompe el corazón. Pero quiero que sepas que yo recordaré cada instante junto a ti, el resto de mi vida. 
Sin embargo yo siento que no puedo esperar más. Nunca olvides que siempre te querré.

Adiós



Relato enviado por Brenda 4tC
Gracias Brenda por enviar tu relato ;)

02 febrero 2012

"Se busca pueblo" de M. Donibane


Cuando la reunión acabó lo primero que pensé es que era el plan más disparatado que había oído en toda mi vida.
Ser el alcalde de aquel pequeño pueblo suponía tener que acudir diariamente al ayuntamiento e intentar resolver los pequeños asuntos que hacían que todo lo relacionado con aquel pequeño municipio funcionara.
Arreglar por ejemplo el asfaltado del pueblo había sido uno de mis mensajes fuerza durante la campaña que me alzó como ganador de aquellas últimas elecciones.
Aunque también había sido el mensaje de mi amigo, vecino y adversario del partido contrario. Si yo fui elegido fue más debido a que mi familia era más numerosa. Y también ayudo el hecho de estar yo soltero, ya que eso me dejaba tiempo para estos menesteres burocráticos.
Pero lo que no era normal, al menos para un alcalde como era yo, era tener que escuchar lo que aquel personaje había venido a contarnos.
Y cuando empezó su alocución lo hizo diciendo lo que ya sabíamos. El pueblo se moría. Los jóvenes lo abandonaban para irse a las grandes ciudades. Y los mayores, pues se iban también pero a aquel lugar del que nadie ha vuelto.
Y siguió hablando de más cosas que ya sabíamos. Nuestro pueblo, además de ser pequeño, tenía de vecino a un gran pueblo, como era aquel que estaba a menos de cinco kilómetros, que con grandes monumentos y hostelería hacía que fuéramos aún más pequeños e insignificantes, y que los visitantes no pararan más que para preguntar como llegar al precioso pueblo de al lado.
Aquel visitante, un desconocido artista, al menos para mi y lo que era aún peor, para el buscador de internet google, había interpretado una visión y la estaba queriendo proyectar sobre nuestro pueblo, queriendo imponernos su personal estilo y ofreciéndonos aquello que ya dábamos casi por perdido que no era otra cosa que la salvación del pueblo.
Y era la mejor oferta que habíamos tenido. En realidad era la única. Nadie más había parado en nuestro pueblo para ofrecernos lo que aquella persona nos ofrecía.
En aquella reunión también había estado la concejala de cultura. María, que era como se llamaba, había permanecido callada durante toda la presentación. Y eso era precisamente lo que más me había desconcertado, ya que ella era de verbo fácil. Siendo una de las pocas solteras del pueblo nuestra relación había pasado por muchas fases. "Indiferencia" era quizás la más destacable, aunque no sabía muy bien por que la verdad. Pero éramos del mismo partido político y eso suponía tener que pasar mucho tiempo juntos, y ya se sabe, mejor no mezclar las cosas. Al menos no éramos de la misma familia.
- ¿Qué opinas? le pregunté al irse el portavoz de aquel extraño mensaje.
A lo que ella contestó.
- Opino que tenemos que pensarlo y darnos prisa. El ha dejado bien claro que tenemos una semana de plazo. Ni un día más ni uno menos.
- ¡Pues que se vaya a otro pueblo! contesté a María mientras ella se levantaba para dirigirse a su despacho. No me gustaba sentirme presionado. No estaba acostumbrado. Ser agricultor y llevar una vida tranquila era lo que yo siempre había querido. Yo no entendía de esas cosas.
Yo quería tener una legislatura tranquila. Mi padre fue alcalde y no tuvo que tomar decisiones así, lo mismo que mi abuelo, y mis tíos abuelos. Pero también era verdad que entonces el pueblo todavía no estaba en peligro de extinción.
Sobre la mesa estaba el informe que nos había presentado aquel individuo de aspecto normal, quizás demasiado para ser el portavoz de aquel increíble proyecto.
El pueblo se puede salvar y ser un referente en el mundo. El pueblo no “morirá”, más bien “nacerá”, saldrá de su letargo. 
Y el habló especialmente de los colores.
- En la ciudad no hay colores, nos dijo.
- Y la gente que queremos vendrá de las ciudades. En la ciudad no hay cielos, ni se pueden ver los amaneceres, ni las puestas de sol. En la ciudad no hay tiempo para nada. Todo el mundo corre de un lado a otro, como gallinas sin cabezas, sentenció.
Y entonces explicó su plan en detalle. Yo jamás lo hubiera pensado. Lo que el me decía me sonaba a aquellos cuentos que de pequeño leí sobre temas fantásticos. Y el parecía totalmente convencido.
Pero para que aquello que el nos ofrecía se cumpliera había que pagar un precio. Uno quizás demasiado alto. Era como vender el alma del pueblo al diablo, al menos durante cinco años, y yo no sabía si podría hacerlo.
El proyecto marcaba bien a las claras las diferentes fases:
La primera era la de informar a los vecinos del pueblo sobre lo que debían hacer, que no era otra cosa que dejar pintar sus propiedades. Fachadas, ventanas, tejados, muros, incluso parte de los suelos de la carretera. 
En caso de negarse no pasaría nada, pero perderían la ocasión de poder beneficiarse de aquella ocasión única.
En general las casas del pueblo necesitaban una mano de pintura, e incluso dos o tres, de eso no había duda. La pregunta que yo me hacía era si los vecinos dejarían que otros eligieran el color de las mismas.
La segunda fase se llevaría a cabo de forma simultánea. Pintores de brocha gorda plasmarían las ideas del artista y en menos de un año tendrían que tener acabado el gran lienzo, que no era otro que el pueblo. Basándose en un gama de colores muy alegres el artista haría del pueblo un gran cuadro cubista. Y como reclamo “el cuadro más grande del mundo en tres dimensiones”.
Color. Era la palabra que continuamente repetía aquella persona. Necesitamos mucho color. Lo llamaremos “Colorterapia” y es algo que ya está inventado  nos dijo mientras sonreía abiertamente.
La arquitectura general del pueblo era la compuesta por las cuadradas formas de las casas, muy básicas, donde solo destacaba la iglesia con su campanario y tres o cuatro edificios con cierto valor histórico, los cuales serían respetados por el artista. Quizás se cubrirían con algunas lonas, pero quedo claro que nada de pintura sobre ellos.
El artista había llevado a cabo un estudio en profundidad de las posibles bondades del pueblo. Y hubo una en concreto que me sorprendió. No lo había pensado nunca. Su gran valor era que cambiaba cada día y que era único, irrepetible, con una gama de colores que variaba dependiendo la época del año, de los vientos que la peinaban, de las nubes que lo cubrían, de la lluvia que la refrescaba y sobre todo y más importante, dependía de los ojos con los que fuera visto.
Era el cielo de mi pueblo.
Ya impresas en hojas, dentro del informe, algunas de aquellas fotos demostraban que aquel visionario no se equivocaba. Más de cien diferentes cielos se mostraban, ordenados uno debajo de otro, hasta completar diez por hoja. Y eran diez también las hojas.
Otra de las ideas de aquel ser era potenciar la visión de un pueblo donde a las noches, si te asomas a la ventana, o sales a pasear, podrás ver y sentirte parte de la vía láctea. Las estrellas, a diferencia de en las ciudades, tenían un brillo especial.
Es decir, venderíamos también el espacio.
Y por último, otro de los puntos fuertes, era el agua. El agua en el pueblo, debido a su situación geográfica, justo en un punto donde convergían los grandes arroyos que desde las montañas traían el agua de las derretidas nieves, era de una gran calidad.
En resumen, cielo, espacio y agua serían los puntos fuertes de la campaña que como si de una gran agencia de publicidad el artista quería promocionar.
Hasta aquí todo podía ser más o menos ser interpretado de forma positiva. Promocionar el pueblo era el objetivo. Hacer que aquellos posibles visitantes parasen aquí era un sueño. Ser otro pueblo. Al menos parecer otro.
Pero solo había una condición. Una indispensable para ser llevado a cabo el plan.
El nombre del pueblo debería durante cinco años el apellido de una conocida marca de agua minerales. Aquella marca sufragaría los gastos de la pintura y promoción de aquella obra. “Asensio” que era como se llamaba el pueblo se llamaría ahora “Asensio Puravida”. Y bueno, siempre era mejor que llamarse “Asensio Coca-cola” o “Asensio Malboro”, pero en cierta forma el pueblo ya no sería nunca más el pueblo. Pero mejor un pueblo que sea un poco menos como era y poder asegurar su existencia. Y además, después de cinco años seríamos otra vez “Asensio” y ya nos habríamos elevado a la categoría de “pueblo con interés turístico” y podríamos seguir solos.
Aquella noche casi no dormí. Mi almohada tuvo que escuchar muchas de las dudas que aún yo tenía.
Cuando desperté y después de un sueño iluminador donde en la plaza del pueblo una gran estatua con mi esfinge rendía honores a mi decisión estaba ya convencido de lo que tenía que hacer. Aceptaría aquel trato.
Aquella nueva mañana, el día después al que sería conocido como el día más importante del pueblo decidí asomarme al balcón consistorial. Contemplando el grueso de las casas del pueblo pude imaginar el espectáculo de color y de luces.
Cuando María volvió a entrar en el despacho fue acompañada de un periódico en la mano.
En la portada se podía ver la fotografía del individuo que nos  había visitado junto con un gran titular que ponía “Detenido y llevado a una clínica mental el conocido como diseñador de pueblos”.
Tras mirarnos durante unos segundos María y yo supimos que el pueblo había perdido su última oportunidad.
- ¿O quizás no? dijo María mirando la foto del periódico.
- El nos ha enseñado el camino, busquemos a un artista que nos ayude, además, solo el plan de un loco puede hacer que salgamos del problema que tenemos, dijo María mientras reía con grandes carcajadas.
Mientras pensé que aquella mujer tenía algo especial.
¿Y si mientras cenamos hablamos del asunto? le dije aprovechando que ella tenía bajada la guardia. Ella dejo de reír súbitamente y temí lo peor, pero con un "te espero a las nueve en mi casa" se despidió.
El pueblo sobreviviría, al menos una generación más, o eso quise pensar en aquel momento mientras me quedaba pensando en aquel extraño individuo que como un recuerdo fugaz había elegido pasar y de alguna manera quedarse para siempre en nuestro querido pueblo.


Relato enviado por M. Donibane
Gracias M. Donibane por enviar tu relato ;)
Blog de M. Donibane: http://donibaneleku.nireblog.com/

26 enero 2012

'Lenta agonía' de Dorfles

--Usted la conoció desde que eran niños y se enamoró de ella inmediatamente. Vivían en casas una enfrente de la otra, se veían en todo momento. Se criaron y jugaron juntos, compartían los mismos amigos.
--Sí, así fue siempre.
--Usted creyó que no era necesario decirle que la amaba pero lo hacía y para halagarla. El tiempo pasó, los dos crecieron, y el amor que sentía fue aumentando con los años. Cuando usted comenzó a estudiar su carrera ella, como todas las mujeres decentes de su pueblo, se quedó en casa a prepararse para ser una buena esposa, un ama de casa sabia y eficiente, una madre responsable y cariñosa, en fin todo lo necesario para el manejo de un hogar como debiera de ser. Por eso, en cuanto usted terminó sus estudios y se estableció la pidió en casamiento.
      --Sí, y fui el hombre más dichoso sobre la tierra cuando sus padres y ella misma me dieron el sí.
--Entonces se casaron y se fueron a vivir a una casita que los padres de usted les regalaron, como era costumbre en esos tiempos, y ahí comenzaron su envidiable vida matrimonial. Tuvieron un hijo, luego una niña y finalmente otro hijo. La felicidad y satisfacción de usted no tenía límites.
     --Yo era el ser más dichoso sobre la tierra, se lo confirmo.
--Poco después usted se dio cuenta que en su matrimonio ejemplar algo había y de lo cual no se había querido percatar. Su esposa a menudo lo humillaba delante de sus amigos pero usted lo tomaba como una broma, hasta que una vez, en una fiesta, ella se quitó un zapato y se lo aventó en el rostro. Igual que siempre, no hizo el menor caso pero un amigo que estaba junto a usted le hizo ver que eso era un insulto, una humillación, un mensaje de insatisfacción por parte de ella.
    --Yo la quería tanto, la amaba con locura, que jamás me ponía a pensar nada negativo que de ella viniera. Mi risa se apagó cuando ese amigo me hizo ver la realidad.
--A partir de entonces fue analizando cada uno de sus comportamientos, cada una de sus palabras y se dio cuenta que no sólo lo humillaba en público sino a solas en su hogar. Además de hacerlo sentir que lo asfixiaba con sus atenciones fingidas de excelente ama de casa. Desde ese momento usted no dejó de criticarla para sus adentros, de fisgonear cada paso que ella daba, de analizar cuanto le dijera.
    --Así me recomendó mi amigo que hiciera, para descorrer el velo que opacaba mis ojos, y la viera tal como era.
--Fue así que en su mente empezó a gestarse una sola idea, una idea firme que le hacía arder las venas. Hacerla desaparecer, quitarla de su camino, matarla. Estudió la manera en que pudiera hacerlo sin dejar huella, sin que apareciera usted como el culpable. Después de planearla por mucho tiempo decidió matarla de un balazo. Compró todo lo necesario, creó el ambiente propicio para la escena pero al último momento erró en su puntería, ella se movió y usted tuvo que esconder de inmediato el arma antes que se diera cuenta. Esto le sirvió para pensarlo mejor. De asesinarla su sufrimiento sería instantáneo y eso no era lo que usted quería. Su interés era hacerla sufrir lentamente, que su agonía fuera tortuosa y se diera cuenta del porqué lo había hecho usted.
     --Medité mejor otro plan y lo consideré el más adecuado. Abandonarla a su suerte, alejarla de mí que era tan dependiente en todo, humillarla ante la sociedad etiquetándola como una mujer abandonada, despreciada por su marido.
--Con el paso del tiempo supo que ella agonizaba en su soledad pero usted no se condolió, jamás fue a verla. Los hijos se habían casado y radicaban en otra ciudad, felices de haberse alejado de su protección que también los aniquilaba. Cuando supo que había muerto pronunciando su nombre y la palabra perdón, ¿qué hizo usted entonces?
    --Reí satisfecho. Me sentí reivindicado.


Relato enviado por Dorfles 
Gracias Dorfles por enviar tu relato ;)

19 enero 2012

'¡Qué vueltas da la vida, profesor Márquez!' de Jon C.


12 de Agosto de 2002
El profesor Márquez se esmeraba en los últimos retoques. La causa de sus desvelos se presentaba ante él por fin, lista para deshacer el mal, presta para traerle el descanso. Ese ingenioso artefacto iba a permitir al profesor pasear por el tiempo con la placidez de quien lo hace sobre hierba fresca. Pasear hacia delante para descubrir… Descubrir en el futuro lo que el género humano daría de si en aspectos tecnológicos, sociológicos, políticos… Pero la intención inicial del profesor no era mirar hacia delante precisamente. Si el futuro le permitía ver, el pasado le ponía en bandeja evitar.
La vida de Márquez giraba en torno a ese verbo desde hacía 40 años. Desde que amaneció en su privilegiado cerebro la idea de construir una maquina del tiempo, hasta que ajustó el último tornillo de su cromada carrocería, el único objetivo en la vida del profesor se convirtió en evitar la muerte de un hombre.
Cuarenta años antes de dar a sus sueños forma de máquina, un joven recién doctorado profesor Márquez experimentaba junto a sus compañeros de facultad los efectos de la ingesta masiva de bebidas alcohólicas junto a la inhalación de opiáceos, durante la fiesta de fin de carrera. Pero el destino a menudo se presenta como un pésimo jugador de ajedrez, que entrega su rey en un movimiento nefasto teniendo la victoria en la palma de la mano. Así fue como perdió Márquez. La prometedora carrera de un brillante ingeniero al que se le abrían las puertas del éxito, quedó en el camino como el pellejo seco que muda una serpiente.
Al regresar a casa tras la fiesta en aquella noche lluviosa, dando bandazos con su furgoneta, no llegó a ver a tiempo a aquel viejo, desmadejado en medio de la carretera con la sombra de la muerte asomando por sus ojos. Márquez nunca llegaría a olvidar la expresión de aquella mirada; pues donde debió haber miedo, solo había desconcierto…. duda.
Después solo un ruido ensordecedor, y un cuerpo roto.
Márquez no pensó en bajar del vehículo ni un solo momento. Todo le parecía un mal sueño. El miedo le hizo vomitar dentro de la furgoneta hasta llenar sus ojos de lagrimas calientes y espesas, pero apostó por su propio futuro frente al de aquel viejo. Abandonó el cuerpo bajo el aguacero, arrancó el vehículo, condujo hasta su casa, se asestó una dosis brutal de tranquilizante y se acostó. Al dia siguiente, cuando abrió los ojos la luz le hirió como una daga en lo mas profundo de su cabeza. Durante la noche había vomitado y toda la habitación olía a destiladero.
El joven profesor no recordó nada hasta que empezó a sorber el café. El recuerdo vago pero certero de lo que había sucedido la noche anterior pasó del fondo de su subconsciente a la superficie de su consciencia como un mazazo. No reaccionó durante todo el día, ni siquiera cuando el informativo se hizo eco de la noticia.
El remordimiento se posó en él desde aquel día como un cuervo negro, infecto y maloliente, hundiendo el pico continuamente en su conciencia:
-Asesino
Sentía desgarrarse su cordura a cada picotazo:
-Asesino
Día y noche, mes tras mes, año tras año:
-Asesino…
Desde la locura Márquez descubrió que la única manera de acallar al cuervo, era privándole del argumento que lo hizo nacer. Tenía que dejar de ser un asesino. Para dejar de serlo debía salvar a un hombre muerto 40 años atrás. De un modo u otro Márquez no pararía hasta lograrlo.
Y aquí estaba ahora, abriendo la escotilla a punto de iniciar su viaje. Muerte al cuervo.
1 de Abril de 1962
El profesor apareció de la nada a bordo de su máquina humeante. Le dolía insufriblemente el cuerpo y se sentía desorientado. Pensó que estaba a unos pocos metros de él mismo 40 años mas joven y acudieron a su cabeza cientos de paradojas temporales sobre como afectaría a su futuro el hecho de salvar a ese hombre. ¿Qué coño estaba haciendo, pensándolo bien?
Márquez cayó en la cuenta de que estaba perdiendo un tiempo precioso y reaccionó. Tiró con brusquedad de la rueda que abría la escotilla, y en un momento sus cuatro pelos estaban chorreando a causa del intenso chaparrón. En cuanto sus pies se posaron en el suelo, comenzó a correr en dirección al lugar en el que ¿Se convirtió? ¿Iba a convertirse? En asesino. Prácticamente estaba alcanzando el terraplén que precedía la porción de asfalto que estaba a punto de teñirse de sangre cuando su pie derecho tropezó con la raíz de un roble. Todo fue muy rápido. Márquez aterrizó sobre la hierba mojada y bajó por el terraplén dando tumbos y quebrándose algunos huesos. En la última voltereta dio con la cara en el asfalto mordiéndose la lengua. Una explosión blanca de dolor hizo retumbar su cabeza.
El profesor tuvo el tiempo justo para incorporase un poco y quedar deslumbrado por los faros de una furgoneta que estaba a punto de atropellarle. Unos faros sobre una matrícula que el conocía muy bien. Allí no había mas viejo que él mismo. Márquez solo tuvo una décima de segundo para llenarla de un sentimiento. ¿Miedo? No. Mas bien desconcierto….. Duda

Relato enviado por Jon C
Gracias Jon por enviar tu relato ;)