31 mayo 2016

'¿Qué te pasa?' de Cristina Pino

'¿Qué te pasa?' de Cristina Pino

Me acomodé en el sofá con una cerveza en la mano y agotado después de un duro día de trabajo. Frente a mí, una presentadora de informativos con unos grandes pechos, me explicaba por enésima vez la situación política del país. Que si éste está imputado, que si el otro no está de acuerdo con las medidas económicas del actual gobierno, etc. Y yo, en modo “encefalograma plano” dejaba mi mirada perdida sobre la pantalla luminosa del televisor, sin prestar apenas atención.

-¿Qué te pasa? -Me dijo ella, sentada en el otro lado del sofá.
-Nada. -Respondí escueto.
-Algo te pasará. Estás muy callado. -Insistió.
-Estoy cansado. -Aclaré.
-Siempre igual. –Resopló ella. -En algo estarás pensando.
-No. No pienso en nada.
-Eso no puede ser. Algo te tiene que pasar por la mente. -Debatió.
-Que no pienso en nada, ni me pasa nada. -Contesté cansino.
-No entiendo por qué no me cuentas tus problemas. Yo siempre te cuento lo que me pasa. Y si no es a ti, se lo cuento a mis amigas, que para eso las tengo. Pero es que tú ni eso.
-Por favor. -Supliqué. -Déjame tranquilo. Me estás agobiando.
-Entonces, ¿soy yo el problema?

No me lo podía creer. Es increíble cómo las mujeres tienen la capacidad de darle la vuelta a la tortilla con esa facilidad. Era verdad que no me pasaba nada. Llevaba todo el día discutiendo con proveedores y dando explicaciones a mis jefes y lo único que quería al llegar a casa era tomarme una maldita cerveza fría frente al televisor. Nada más. Pero ella no era capaz a de concebir algo tan simple. Desde el otro lado del sofá, ya desmaquillada y enfundada en su pijama de verano, me miraba con fijación esperando unas explicaciones que yo no le podía dar, mientras a mí se me iba la mirada a sus piernas desnudas. Como no tenía ganas de discutir. Me levanté y fui a la cocina a preparar la cena.

-¿A dónde vas? Estamos hablando.
-A hacer la cena. ¿Puedo? -Pregunté, ya en un estado nervioso.
-Ya no te acuerdas, ¿verdad? -Me sorprendió.

Mierda. ¿De qué debía acordarme? Hice un rápido repaso mental por el calendario. ¿Era nuestro aniversario? ¿Su cumpleaños, quizá? ¿Habíamos quedado para cenar con algunos amigos y no me acordaba? Ante la duda, me aventuré.

-¿Felici…dades? -Le dije con cautela.
-Eres idiota. -Se rió. -No es mi cumpleaños.

Y yo me contagié de su bonita sonrisa. Durante los siguientes segundos, juro que no sé qué es lo que pasó, pero el ambiente había dado un giro de ciento ochenta grados y ahora los dos reíamos, sin saber muy bien por qué. Bueno, ella sí lo sabía, pero yo no.

-Me refiero a esto. -Dijo señalándonos a los dos. -Ya no te acuerdas. No recuerdas cuando reíamos sin motivo alguno. Cuando nos divertíamos con tan solo estar uno al lado del otro. Has olvidado cuando hablábamos de temas absurdos pero que para nosotros eran importantes. Importantes porque era tiempo de calidad que pasábamos juntos. Ya no te acuerdas, ¿verdad?

Sus palabras de cernieron sobre mí como un jarro de agua fría. Siempre conseguía sorprenderme y hacerme ver más allá de donde mi mente podía alcanzar. Tiempo de calidad… me repetí. Solamente era eso lo que ella quería. Volví al sofá y me senté a su lado acariciándole la pierna desnuda. Estaba tan suave y tersa como siempre.

-Perdona. -Me disculpé. -Estoy agobiado con el trabajo. Tengo problemas con los proveedores y mis jefes me presionan para arreglarlo cuanto antes.
-¡Aja! –gritó victoriosa. -¡Lo sabía! ¿Ves cómo sí te pasaba algo? -Concluyó con dulzura mientras acariciaba mi nuca poniéndome la piel de gallina.

Maldita sea. Al final iba a tener ella razón. Supuse en aquel momento que lo que para mí era “nada” para ella era “algo”. Tal vez no quise contarlo por no agobiarle con mis problemas, o tal vez no supe expresarlo con palabras. Esa gran mujer con la que tenía la suerte de vivir, me había vuelto a abrir los ojos. Me acerqué más a ella, apagué el televisor, y me olvidé de la presentadora de grandes pechos, de los proveedores, de mis jefes e incluso de la cena.


Relato enviado por Cristina Pino
https://clubcreaccio.com/2016/05/09/que-te-pasa/
Gracias Cristina por enviar tu relato ;)

29 mayo 2016

'La naturaleza ha hecho que naciera mujer' de Daniel Lerma Vilanova

'La naturaleza ha hecho que naciera mujer' de Daniel Lerma Vilanova

Me llamo Rosa; es el nombre que me pusieron mis padres cuando nací. Supongo que les inspiró la estación del año en la que tuvo ocasión el evento; la primavera. Detrás de cada persona hay una historia y esta es la mía: Soy muy inteligente. ¿Arrogancia? No, las pruebas que me hicieron en el colegio de las monjas me otorgaron un C.I. de 130 %, y así se lo hicieron saber a mis padres, (de todas formas, por si alguien lo leyera, le recuerdo que esto es un diario y soy arrogante para mí misma). La nota que me dieron para mis padres, decía que se pasaran por el colegio para hablar de mí. Al trabajar mi padre de sol a sol, le tocó ir a mi madre y allí las esposas de Jesús le dijeron: “esta niña saca buenas notas en matemáticas y tiene muchas leyes, así que, según nosotras, podría estudiar derecho”, pero le advirtieron que debía, estar más calladita en clase y no distraer tanto a sus compañeros de clase. Era la líder del grupo. La verdad es que me aburría mucho en clase, y por eso cascaba tanto. Con solo una ojeada, me aprendía las lecciones, que me mandaban como deberes a casa. Por eso, la mayor parte del tiempo me lo pasaba leyendo novelas cupidorománticas; esas en las que aparecía un príncipe azul montado en un caballo blanco. Me sumergía en esas novelas esperando que algún día me sucediera algo parecido, aunque en realidad era todo un deseo. Descubrí por aquellas fechas que yo, de lo que estaba enamorada era del amor. En el instituto conocí al que en la actualidad es mi marido; Carlos. Con él pasaba la mayor parte del tiempo cuando acababan las clases. Él también era un fuera de serie, pero no tanto como yo. La mayoría de las tardes que estábamos juntos, le dedicábamos una hora al estudio y dos horas al sexo. Y sucedió lo que no esperábamos ni deseábamos en aquel momento; me quedé embarazada y él acojonado. El lio que se montó fue tremendo, al final nuestras familias, que eran de ir a misa, se pusieron de acuerdo en que debía seguir con el embarazo. Ellos nos echarían una mano. Cuando nació Sara tuve que dejar los estudios para dedicarme plenamente a ella, mientras Carlos, siguió adelante con ellos dedicándose a la informática. Por suerte encontró un trabajo en una empresa externa dependiente del Ministerio de ocupación y a pesar de que el sueldo, de momento no era muy alto, nos sirvió para no depender tanto de nuestros padres. Con la ayuda de nuestros padres dimos la entrada para un piso, con una hipoteca de veinte años. Con la tranquilidad que da tener casa propia e intimidad, un día estrenamos la cama nueva y me volví a quedar embarazada. Nuestros padres seguían ayudándonos hasta que un día se pelearon entre ellos, bueno nos peleamos todos contra todos. No me acuerdo como empezó la cosa, creo que nos echamos la culpa mutuamente por quien de nuestros padres ayudaba más. Es entonces que decidí hacerme peluquera. Con mi coeficiente sería pan comido. El curso que tenía una duración de dos años, lo saqué en uno, por suerte tuve un profesor muy bueno, aunque un poco tocón. Me ayudó mucho y creo que desperté en él su lado más paternal, porque se volcó en mí totalmente, facilitándome el camino para obtener el título de peluquera. Y aquí me tienen con un negocio de peluquería con cuyos ingresos, unidos al sueldo de Carlos, ha servido para independizarnos totalmente de nuestros padres. Por supuesto que nuestra vida ha dado un giro de 360º. Os pongo un diario semanal ilustrativo de esta nueva vida.

LUNES.

Hoy es mi día de fiesta y no abro la peluquería. Carlos se ha ido al trabajo a las siete y media. Yo he desayunado con mis hijos, los he llevado al colegio y he hecho unos ingresos en el banco, para pagar a proveedores. He vuelto a casa, he hecho las camas, la comida, he puesto la mesa y recogido la casa. Me he sentado cinco minutos antes de ir a recoger a mis hijos. Durante la comida le he comentado a Carlos que tenía un curso de peluquería y saldría sobre las ocho de la noche, pero que no iría, porque aún tenía que poner una lavadora y el lavavajillas y no me daría tiempo. Carlos me ha dicho que fuera, que él se encargaría de hacer todo. Llamé a mi amiga Ángela para que me recogiera y se quedara con los niños hasta que viniera Carlos del trabajo.

MARTES. Hoy he llegado tarde al trabajo. La culpa no ha sido mía. Ayer me acosté cerca de las dos de la madrugada, tuve que esperar a que acabara la lavadora y el lavavajillas. Si mi marido se hubiera acordado de hacerlo, no estaría ahora dando explicaciones a las clientas, que llevan más de media hora esperando en la puerta de la peluquería. Mi hija, que es un sol y muy responsable, me ha despertado con muchos besitos y mucha paciencia, para que los llevara al colegio; adoro a mi hija, y cada día “odio” más a mi marido. Carlos siempre tiene tiempo para todo. Ayer, como estaba mi amiga Angi con los niños, se cogió la bici y se fue a correr al Puerto Olímpico. Dice que para que tiene la bici. Yo también la tengo, pero antes hay que hacer otras cosas. Le he dicho.

MIÉRCOLES. Hoy he tenido un día horrible. Y eso, que lo he empezado bien. Esta mañana antes de levantarnos, Carlos, mi marido, que estaba muy cariñoso, me ha pedido perdón y hemos hecho las paces, sí, pero no, como él quería. Le he dicho que eso, no se arregla con besitos y sexo. La química funciona muy bien entre nosotros, el puñetero me pone a cien nada más tocarme y yo a él también claro y…nos liamos y acabamos como siempre. Pero hoy me he puesto fuerte y le he dicho; ¡NO! -Pero ¿Por qué?-, me ha preguntado con esa carita de pena, ¡Dios! es más niño que los dos que tenemos. -¿Por qué?-. Porque tenemos que poner lavadoras, lavavajillas, recoger la casa, tender la ropa, recoger la ropa, atender a los niños y…SI-LO-HAGO-YO-SOLA, me canso, y si me canso no tengo ganas de hacer nada; así que ahora estoy cansada-. Se ha quedado mudo durante un buen rato, pero luego me ha dicho que tengo razón, y que en adelante estará más atento. ¡Carlos, entre nosotros tenemos que organizarnos! Le he dicho enfadada, pero con tono conciliador. Después en la “pelu”, la señora María, que tenía hora a las once ha venido media hora más tarde, y no me creo ninguna de sus excusas, se de muy buena tinta, que está enganchada a la novela de la mañana, me ha desorganizado todo mi trabajo. La señora Isabel que tenía la siguiente hora, y es muy puntual, quería que la cogiera. Entre las dos me han armado una, que ni la de San Quintín. Me tienen harta. Dicen que tienen mucha prisa, pero después de pagar, se quedan un rato hablando entre ellas, sin importarles el tiempo. Estoy histérica.
Menos mal que, cuando he llegado a casa estaba todo recogido, la mesa puesta, los niños haciendo sus deberes y la cena hecha; Carlos se había encargado de todo, adoro a Carlos. (Pero estoy cansada, por si alguien piensa que le voy a premiar).
JUEVES.
El niño se ha levantado con fiebre. Lo he llevado de urgencias y me han recetado un apiretal. La pediatra me ha dicho que, con tantos cambios de tiempo, es normal que suceda, además lo coge uno y se contagian todos. Le he dicho a mi suegra que si puede venir a quedarse con el niño, hasta el mediodía, que a esa hora, ya estaremos nosotros, me ha dicho que sí, que viene.
Le he recalcado que no haga nada en el piso. La última vez se puso como una loca a fregar toda la vajilla, me rompió dos vasos de la cristalería nueva, y para postre se dejó el grifo del fregadero abierto y con el tapón puesto, se fue al sofá a ver la tele y se durmió. Hasta que no subió el vecino de abajo, para avisar que se estaba inundando su piso, no se despertó. Tuve que cerrar la peluquería para esperar al del seguro y arreglarlo. Me ha dicho que solo estará pendiente del niño, pero por la cara que ha puesto, no le ha gustado nada lo que le he dicho.
VIERNES.
Carlos y yo nos hemos peleado otra vez. Ha sido por su madre. Él dice que bastante hace para que la esté criticando todo el rato. Que ya está bien y que dónde está mi madre, que también podría echar una mano. Le he recordado que ahora vive a 700 kilómetros de nosotros. Este hombre no piensa, y a su madre… ¡que no se la toquen!
A ver si corta de una vez el cordón umbilical. No se da cuenta que siempre lo manipula. A mí me pone negra cuando suspira y dice:
¡Ay, pobre hijo mío! con todo lo que trabaja, el pobre tiene que estar cansadísimo.
¡Y yo que, me estoy tocando la flor!
Menos mal que al niño le ha bajado la fiebre. Carlos ha salido del trabajo un poco antes para relevar a su madre y me ha llamado para decírmelo, me quedo más tranquila, también me ha dicho que se queda a cenar.
-Vale, de acuerdo- Le he contestado escuetamente.
Después de cenar ha llevado a casa a su madre, se ha sentado y se ha quedado dormido, debe estar rendido el pobre. Antes no estábamos tan cansados. Nos dábamos un beso antes de dormirnos. Ahora míranos, él durmiendo y yo cuando acabe de preparar la comida para mañana, también me acostaré.
SÁBADO.
Carlos después de ducharse y afeitarse ha dejado pelos por todas partes, la taza del wáter levantada y la botellita de las lágrimas, vacía, encima del depósito del lavabo. Estoy harta de ir detrás de él recogiendo sus cosas. Le he dicho que, cómo él tiene fiesta, pase el aspirador por el lavabo y por toda la casa. Y el polvo, no sé como lo hace pero cada vez hay más. Le he vuelto a recordar que el aspirador se pasa de adentro afuera. Dice que soy una maniática del polvo.
-¡Ah! y limpia el espejo del baño-. Le he recordado.
No sé lo que hace pero siempre lo deja salpicado de pasta de dientes. Le he recordado que mire el tiempo meteorológico, por si tiene que recoger la ropa tendida y si está seca que planche todo lo que pueda. No sé si todos los hombres son iguales, pero el mío se queda embelesado escuchando la radio o viendo la tele, y con la escoba en la mano, como si estuviera haciendo guardia. Es un cuadro.
Y para comer es lento de cojones. Dice que hay que masticar los alimentos veintisiete veces, parece una oveja. Y claro se levanta el último de la mesa, bueno miento el último es el niño. Yo lo que quiero es acabar y sentarme un ratito en el sofá ¿es mucho pedir?
Estoy preocupada, todavía no me ha bajado la regla, sólo faltaría que ahora me quedara embarazada. Como sea así lo mato. Aquel día le dije que se pusiera el preservativo, pero él me decía que no pasaba nada, que haría marcha atrás, que con el preservativo no tenía la misma sensación de placer. Que no me preocupara que él controlaba. Cuando me decía lo de la marcha, me acordé que se sacó el carnet de conducir a la tercera y eso no me dio buenos presagios.
DOMINGO.
Esta mañana Carlos me ha comentado que, con nuestros dos sueldos, nos podríamos permitir contratar a alguien, para que nos recogiera la casa y nos planchara la ropa durante la semana. Me ha parecido una buena idea nos hemos sonreído y besado y cuando íbamos a hacer el amor, los niños han entrado como dos elefantes en una cacharrería y se han metido en la cama con nosotros. Otra vez será. Cuando vayamos más descansados.
Espero de vosotros, as vuestra opinión pero si es negativa os la guardáis al fin y al cabo solo soy una chica que tiene un coeficiente alto, pero que se enamoró del amor y el amor le dio inteligencia emocional a su vida.

Relato enviado por Daniel Lerma Vilanova
https://clubcreaccio.com/2016/05/08/la-naturaleza-ha-hecho-que-naciera-mujer/
Gracias Daniel por enviar tu relato ;)

27 mayo 2016

'Bajo mi cama' de José Ramón Vera Torres

'Bajo mi cama' de José Ramón Vera Torres

Desde pequeña, ya con 4 o 5 años, siempre había sentido la necesidad de, cada vez que estaba nerviosa, triste o enfadada, meterme debajo de mi cama, totalmente a oscuras. Dejaba pasar las horas, hasta que los problemas y los enfados, por la razón que fuera, desaparecían. Aún hoy, ya con 36, lo sigo haciendo, pero en lugar de meterme bajo la cama con Alfredo, mi osito de peluche, lo hago con mi hija Susana.
Yo era la pequeña de 4 hermanos, todos ellos varones. Siempre me hacían rabiar porque era muy fácil conseguirlo. “No soy yo. Son ellos, que me tienen manía” decía a grito pelado por el pasillo mientras me dirigía a mi cuarto. Mis hermanos decían que era una privilegiada porque solo yo tenía habitación propia en toda la casa y la verdad es que es de lo poco bueno que recuerdo de ser única en mi género, y casi en mi especie, en aquella casa.
Odiaba a todos mis hermanos por no dejarme jugar con ellos a indios y vaqueros o por no querer hacer peleas conmigo, por miedo a hacerme daño. Mi madre no ayudaba tampoco mucho. Se empeñaba en vestirme de cucurucho de fresa o de Sisi emperatriz. Ahora lo veo con perspectiva y la entiendo. Después de 3 niños, ¡muy niños!, le apetecía tener una princesa y jugar conmigo a ponerme ropita o peinarme como si yo fuese una muñeca, cuando lo que yo quería era ser uno de los del equipo A, como mis hermanos. Ya la perdoné por ello. Mi padre, en cambio, ni jugaba conmigo ni me vestía de repollo, simplemente llegaba a casa, se ponía el más feo de sus pijamas y se ponía a ver los toros o el futbol. Al menos con mis hermanos, viendo partidos, interactuaba. Conmigo no. Mi madre me obligaba a coser con ella o fregar platos cuando ellos estaban disfrutando del sofá viendo a 22 tíos correr tras un balón. Me moría de envidia.
Con esta perspectiva, no era de extrañar que me pasara un mínimo de 6 horas al día bajo mi cama, a oscuras. Al rato, cuando el sueño se apoderaba de mí y empezaba a quedarme dormida, alguien entraba en la habitación encendiendo el interruptor. Recuerdo, físicamente, el dolor que me producía en la vista cada vez que alguien lo hacía. Un fundido en blanco y unos minutos sin ver, hasta que mis pequeños ojos marrones se acostumbraban a la luz. Cuando por fin conseguía visualizar algo, solo recuerdo ver pies. Aprendí a interpretarlos, es lo único que veía desde debajo de la cama.
Así, si veía los pies de mis hermanos y estos estaban descalzos sabía que estaban jugando al escondite o algo similar, se los quitaban para no hacer ruido. Si veía a mi madre con solo una zapatilla es que llevaba la otra en la mano, con ganas de usarla como arma arrojadiza. Si mi padre aparecía por mi habitación con bambas, sabía que era lunes y que había decidido, como cada inicio de semana, empezar su peculiar operación biquini. Jamás salió a correr en martes y el biquini se convirtió en un bañador de señora mayor de los años 20.

Un buen día vi aparecer cuatro pies. Dos de chica, con tacón de aguja y dos de chico, con los pantalones a la altura de los tobillos. Él era mi hermano Fernando, lo reconocí por una mancha de nacimiento en el gemelo derecho. Los zapatos de tacón pertenecían a la que fue su primera y única novia. Salí de debajo de la cama corriendo porque pensaba que Fernando estaba asfixiando a la chica, por los ruidos que esta hacía sobre el colchón. Les jodí el polvo y les dejé a ambos a medio desvirgar. Mi hermano me empujó como pudo, con el pene aún erecto, contra la pared y se desplomó sobre mi cabeza el poster de Iron Maiden que tenía colgado. Mientras me lo quitaba vi huir despavorida a la vecina del quinto, la que ahora es mi cuñada, con las bragas por las rodillas mientras mi madre, que había venido a ver qué eran esos gritos, zarandeaba a mi hermano al grito de “¿ahora qué les digo yo a sus padres? ¡Te la voy a cortar, para que aprendas!”.
Después de semejante escena, digna del mismísimo Berlanga, jamás volví a meterme bajo la cama… hasta que empecé a hacerlo con Susana.

-¡¡¡Ahhh!!! ¿Qué es esto?- dije lo más bajito posible mientras miraba mi mano. Me había cortado y no sabía con qué. Volví a tantear, con cuidado, en la penumbra. Tenía que saber qué era eso y me daba igual lo perdido de sangre que estuviera dejando el suelo. Finalmente lo descubrí. Un cuchillo, el más grande de toda la casa. – ¿Qué hace esto aquí, Susana?
-Lo puse el otro día, mamá- dijo susurrando, con los ojos tan abiertos que podía ver en ellos el miedo, la tristeza y la rabia que yo misma también debía tener- Pensé que si Papá volvía a hacernos daño, deberíamos protegernos… ¿no?
Cogí la mano de Susana y la acerqué hacia mí, poniéndola bajo mi brazo, a modo de protección. Con la otra agarré firmemente el cuchillo mientras me resbalaba sangre de la herida por todo el brazo.
-Tranquila, mi vida. Papá no volverá a hacernos daño nunca más.
Mis ojos ya se habían acostumbrado a la luz, como cuando era pequeña, ya podía ver con claridad. No sé cómo íbamos a salir de esta pero no podía permitir que mi hija también se escondiera. Ya había permanecido demasiado tiempo bajo la cama.

Relato enviado por José Ramón Vera Torres
https://clubcreaccio.com/2016/05/06/bajo-mi-cama/#more-1349
Gracias José Ramón por enviar tu relato ;)