09 junio 2016

'La playa' de Miguel Selt

'La playa' de Miguel Selt

Como cada tarde, iban los tres al borde del mar. Y como cada tarde él se quedaba atrás. No sabía hasta que lugar, detrás de las rocas que a esa hora de la tarde ya las bañaban las olas, llegaban, lo que hacían, el porqué de esa sonrisa o ese brillo especial en sus ojos cuando regresaban, él, solo quería que ellos vieran su sonrisa, esa sonrisa medio boba que dibujaba su cara cuando cerraba la mano atrapando la piedra o la concha que ella cariñosamente le entregaba.
No esperaba más.  Sabía, lo había oído con sus propios oídos, cómo los médicos le habían desahuciado. Su deterioro paulatino, su lentitud de pensamiento, ahora apenas salían palabras de su boca, el andar era lento, necesitaba su ayuda, la ayuda de ella, para todo: vestirse, lavarse, comer e… ir al baño. Estaba seguro que pronto no podría llegar hasta la orilla, esa orilla del mar que tanto había amado y cuyos recuerdos le perseguían.
Por eso esa sonrisa suya. No quería que se sintieran culpables. Se amaban, a pesar de él y su presencia. ¿Cómo hacerles comprender que lo entendía y que lo único que deseaba era poder participar de su felicidad, de su amor?
Esa tarde, tenía que ser hoy, las olas apenas rozaban la orilla, el cielo estaba azul.
Él, con un esfuerzo enorme en el que a cada paso sus piernas parecían no querer avanzar más, llegó al borde de las rocas, y allí estaban, solos, abrazados y desnudos, el mar con su rumor envolvía delicadamente sus cuerpos, cuerpos morenos, envidiablemente vivos, sanos, encantadores. No le veían, no sabe cuánto tiempo pasó él, mirándoles, hasta que ella dulcemente se le acercó entregándole la concha como cada tarde, y como cada tarde él cerro la mano mientras que en su cara aparecía la sonrisa de cada día.
Ahora ellos ya no le dejan atrás en el borde del mar. Con sus fuertes brazos le ayudan a llegar hasta las rocas. Allí mirándole y mirándose a los ojos, como en una ceremonia piadosa se van quitando despacio toda su ropa, se besan, abrazan y dejan que el agua del mar lama sus cuerpos desnudos. Él los mira, y… cuando de nuevo ella le entrega una piedra blanca y lisa ve como los labios de él se mueven diciendo con gran esfuerzo una sola palabra, G R A C I A S y una lágrima se desliza suavemente por su cara.    

Relato enviado por Miguel Selt
Gracias Miguel por enviar tu relato ;)

02 junio 2016

'UN LUGAR PARA EL SABER' de Jesús Cano

'UN LUGAR PARA EL SABER' de Jesús Cano

Y un día creí saber, porque alguien me halagó…

El misionero se sentía satisfecho. Diez años con los nativos había requerido gran
esfuerzo. Pero muchos ya sabían sumar, leer e incluso escribir.

Deseaba volver a su tierra y sentir la civilización. Cada día se levantaba de la cama
dispuesto a que fuera el último. A mitad de clase tomaba fuerzas preparándose para dar
la noticia. Entonces veía sus negras caritas y los grandes ojos esperando aquello que
tenia que decir, sus intenciones mermaban y se rendía un día más.

Consciente de que nadie iría a aquel inhóspito lugar, si marchaba todo se detendría y la
ignorancia invadiría las pequeñas mentes. Para que el rebaño existiera era
imprescindible el pastor.

Aquel día, caminó absorto en sus asuntos. Demasiado se alejó del poblado. Durante
horas intento volver, mientras el hambre y la sed lo entorpecían haciéndolo caer y
herirse.

Un nativo de seis años se cruzó en su camino. El niño partió el tallo de una planta con
una piedra para ofrecérselo al misionero, este sació su sed con el dulce néctar de su
interior. Luego aceptó unas raíces que masticó matando el hambre. Y sus heridas fueron
cubiertas por un cieno que le alivió de inmediato. Entonces su salvador le cogió con su
manita acompañándolo al poblado.

Nada más se sabe de este señor, pues al día siguiente marchó. Y su rostro mostraba
preocupación. Unos dicen que por haber abandonado a los nativos... Otros creen que por
haber perdido el tiempo.

.... Hoy no lo sé.

Relato enviado por Jesús Cano
Gracias Jesús por enviar tu relato ;)